Publicado originalmente en Abril 1, 2000
Hay tres declaraciones que están relacionadas a Cristo y a sus discípulos que han creado mucha controversia sobre su interpretación: 1) “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19, 18:18); 2) “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19); y 3) “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:23).
Al tratar de entender cualquier pasaje de las Escrituras, una regla debe gobernar: lo que sea que la Biblia declare, la Biblia misma (no alguna autoridad externa) debe interpretar. Es de la Biblia que aprendemos el evangelio, sobre la iglesia que Cristo estableció, sobre el discipulado, las responsabilidades, la autoridad y poder que Él ha dado a los suyos. Por lo tanto, es a la Biblia a la que debemos mirar para entender estas cosas, y la Biblia es clara y accesible.
La Palabra de Dios es presentada a toda la humanidad. La Biblia nunca sugiere que un rango especial de líderes espirituales deba explicarlo al resto de la humanidad; y que sin esa ayuda la gente común no podría entenderlo. De hecho, en las Escrituras se enseña lo contrario. Veamos algunos ejemplos: “no solo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:3, citado por Jesús en Mateo 4:4, Lucas 4:4); "Bienaventurado el hombre... cuyo deleite está en la ley de Jehová; y en su ley medita día y noche" (Salmos 1:1-2); “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Salmos 119:9).
Nótese que en cada caso un hombre (o una mujer) común, e incluso un hombre o mujer jóvenes, meditan y obedecen la Palabra de Dios. No hay ningún indicio de que las personas mencionadas necesitaran consultar a algún maestro especial en cuanto a las Escrituras. Por lo tanto, debemos concluir que ese es el caso para todos.
El Nuevo Testamento también apoya esta conclusión. Considere la reprensión de Cristo a los dos en el camino a Emaús por no conocer ni entender las Escrituras. Que ninguno de ellos era parte del círculo íntimo de los discípulos está claro, porque se apresuraron a regresar a Jerusalén para contarles a los once (Judas estaba muerto) de la aparición de Cristo (Lucas 24:33-34). Sin embargo, Jesús reprendió a esta gente común: “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24:25). Él no habría usado un lenguaje tan duro, haciéndolos personalmente responsables de saber todo lo que los profetas habían dicho, a menos que las Escrituras fueran comprensibles para la gente común.
Los habitantes de la ciudad de Berea (tanto Judíos como Gentiles) "escudriñaban cada día las Escrituras para ver si eran así las cosas [que Pablo predicaba]" (Hechos 17:11). Estas personas comunes fueron alabadas por no aceptar automáticamente la interpretación bíblica del gran apóstol Pablo, sino por verificarla por sí mismas en las Escrituras. De estos y muchos otros ejemplos que se podrían dar, solo podemos concluir que es la responsabilidad de cada individuo conocer y entender la Palabra de Dios, basándose en lo que dice, no en lo que alguna autoridad religiosa afirma que significa.
Este hecho expone totalmente la falsa afirmación de la Iglesia Católica Romana de que su magisterio (la jerarquía de obispos, en conjunto con su papa) es el único que puede interpretar la Biblia. Esa Iglesia ni siquiera existía para que los Bereanos la consultaran, mucho menos para los dos en el camino a Emaús o para cualquiera en los tiempos del Antiguo Testamento. Del mismo modo, las afirmaciones de cualquier otra iglesia o culto de que solo sus líderes pueden interpretar la Biblia, también se exponen como contradictorias con las Escrituras.
Tres cosas están muy claras: 1) la Biblia ha sido dada por Dios como Su Palabra a todos los que la reciban; 2) está destinada a ser entendida por la gente común, incluso por los jóvenes, sin entrenamiento especial o que buscan la interpretación de los líderes religiosos; 3) todos son responsables de conocer la Palabra de Dios personalmente, y esa responsabilidad no puede ser transferida al pastor, sacerdote, papa o cualquier otra persona.
Con este entendimiento, podemos considerar ahora los pasajes controvertidos mencionados anteriormente. Para apoyar el concepto Católico de un papa como sucesor de Pedro, se afirma que la promesa en Mateo 16 de las llaves del cielo y de atar y desatar estaba dirigida sólo a Pedro. Incluso si eso fuera cierto, la promesa de las llaves está vinculada con la promesa de atar y desatar, y en Mateo 18:18 y Juan 20:23 Cristo da el poder de atar y desatar, y remitir y retener pecados a todos Sus discípulos íntimos. Ese hecho elimina cualquier prioridad o autoridad especial para Pedro y es de vital importancia para nuestra comprensión de estas Escrituras. ¿Por qué? Porque cualquier responsabilidad y autoridad que Cristo otorgó a Sus doce originales fue transmitida a cada Cristiano verdadero.
Esa conclusión se deriva directamente del mandato de Cristo a sus discípulos: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15); “... Enseñándoles [a los que creen en el evangelio] a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes" (Mateo 28:20). Por lo tanto, todas las promesas que Cristo hizo y todo lo que enseñó a Sus discípulos originales y les ordenó que hicieran, debían ser transmitidas a cada cristiano a lo largo de la historia, incluso a nosotros en el tiempo presente. Obviamente, "todo lo que les he mandado,” que a cada nuevo discípulo se le enseñaría a observar, incluían las promesas concernientes a las llaves del cielo, atar y desatar, y remitir y retener los pecados, y la autoridad y el poder para hacerlo.
Los nuevos discípulos debían hacer más discípulos y enseñarles también a observar todas las cosas que Cristo había ordenado a los doce originales, lo que incluía hacer más discípulos. Como resultado, una cadena ininterrumpida de discipulado ha descendido a través de los siglos. Cada Cristiano, siendo un discípulo de un discípulo de un discípulo (desde los primeros discípulos), es un sucesor de los Apóstoles y es habitado por el Espíritu Santo el cual le da a uno el poder necesario para actuar respectivamente
Por lo tanto, la autoridad y el poder que Cristo dio a los discípulos originales de usar las llaves para atar y desatar, y para remitir y retener los pecados, no pertenece a una clase de líderes de élite, sino a cada uno que nace de nuevo del Espíritu Santo a través de la fe en Cristo. Pero, ¿"atar y desatar" qué? Cristo dijo: "Lo que sea". Eso es muy amplio. ¿Se estaba refiriendo, al menos en parte, a los demonios? ¡Seguramente uno no soltaría a los demonios! Tampoco hay ni un solo ejemplo en la Biblia antes de miles de demonios (o "espíritus territoriales") que hayan sido "atados". Incluso Cristo permitió que aquellos que Él echó fuera de un hombre fueran a una manada de cerdos (Marcos 5:1-13). Entonces, ¿qué se quiere decir?
Cristo les dio a todos los doce la promesa de atar y desatar (Mateo 18:18) y luego repitió la promesa con diferentes palabras en el versículo 19: "Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra en cuanto a cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos". El versículo 20 sigue: "Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Aquí, por lo menos, comprendemos que el atar o desatar "todo" ha de efectuarse pidiendo al Padre celestial que lleve a cabo lo que dos o más Cristianos han acordado en la tierra, reuniéndose en el nombre de Cristo con Él en medio de ellos.
La promesa de tener del Padre lo que dos o tres acuerden se hace eco de las promesas similares de Cristo con respecto a la oración, tales como: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Mateo 7:7). Todas estas promesas —atar y desatar, aceptar una petición o simplemente creer— parecen muy parecidas. Pero, ¿cuál es realmente el significado? Cristo seguramente no quiere decir que no importa lo que atemos, desatemos, acordemos o pidamos, Dios nos lo concederá como un abuelo demasiado indulgente. Es evidente que Dios no nos ha entregado Su universo o la humanidad para que hagamos con ellos lo que queramos.
Santiago declara que Dios, lejos de darnos un cheque en blanco, no satisface nuestros deseos egoístas: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). Juan escribe: "Y todo lo que pedimos, lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada... si pedimos cualquier cosa según su voluntad... sabemos que tenemos las peticiones que le pedimos" (1 Juan 3:22, 5:14-15).
Claramente, las peticiones de oración son concedidas para aquellos que agradan a Dios, y sólo de acuerdo a Su voluntad. ¿Quién lo querría de otra manera? Limitaciones similares a la oración deben aplicarse incluso a las promesas más amplias, tales como: "Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis" (Mateo 21:22); "Por tanto, os digo que todo lo que queráis orando, creed que las recibiréis, y las tendréis" (Marcos 11:24); "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dará" (Juan 16:23).
Incluso estas amplias promesas implican dos condiciones: creer (es decir, fe en Dios) y pedir en el nombre de Cristo. De hecho, son limitadas. La fe no es un poder de la mente, de modo que al creer que algo sucederá, lo hacemos realidad. La fe debe ser, según Cristo, "en Dios" (Marcos 11:22). Por lo tanto, la fe no es creer que la oración será contestada, sino creer que Dios la responderá. En la medida en que Dios "hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad" (Efesios 1:11), la fe genuina que proviene de Dios nunca podría creer en Dios por algo contrario a Su voluntad.
En cuanto a pedir "en el nombre de Cristo", esa frase, lamentablemente, se agrega a muchas oraciones como si fuera una fórmula mágica de "Ábrete Sésamo." Por el contrario, pedir en el nombre de Jesús es pedir en Su interés, para Su gloria, como Él pediría, y Su voluntad siempre se ajusta a la del Padre. La oración, entonces, no es un medio para imponer la voluntad de uno a Dios. En cambio, es la oportunidad de gracia que Él nos permite para tener una parte en el avance de Su voluntad.
Por lo tanto, debe ser que al usar las llaves del reino para atar o desatar, y remitir o retener pecados, los seguidores de Cristo actúan solo como agentes de Su poder y solo de acuerdo con Su voluntad.
¿Podemos ser aún más específicos? Cristo dijo: "todo lo que... quienquiera que sea". Sin embargo, en la medida en que sólo puede ser de acuerdo a Su voluntad, Él debe revelar los detalles cuando se presente la ocasión. El punto importante es que este poder y autoridad no fue solo para Pedro o solo para los doce originales, sino que ha sido transmitido a nosotros hoy, junto con todo lo demás que Cristo les enseñó y ordenó.
Además, cuando Jesús sanó a la mujer "que tenía espíritu de enfermedad desde hacía dieciocho años". le dijo: "Mujer, has sido liberada de tu enfermedad" (Lucas 13:11-13). Así, por el don de la curación, los discípulos podían liberar a los enfermos de su esclavitud a la enfermedad; y al expulsar demonios, liberaron a las almas de esa forma de esclavitud. Cada Cristiano tiene el poder, en el nombre de Jesús (como Él lo haría y para Su gloria), de hacer lo mismo hoy.
¿Cómo se desataría uno de los pecados y los perdonaría? Las Escrituras son claras en que todo pecado es contra Dios, no solo contra otro ser humano. Por lo tanto, nunca debemos olvidarnos que ¡sólo Dios puede perdonar los pecados! Además, el perdón de los pecados y el destino eterno del hombre son asuntos concernientes no sólo del amor de Dios, sino de Su justicia. Dios mismo no puede (y no lo haría) anular Su propia justicia. Dios puede perdonar pecados solo porque Cristo pagó el castigo del pecado exigido por Su justicia infinita (Romanos 3:23-28). Y el perdón es solo para aquellos que creen en el evangelio. Cristo lo dejó claro: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna: y el que no cree en el Hijo, no verá la vida; pero la ira de Dios está sobre él" (Juan 3:3-5, 36).
La Escritura que Cristo leyó en la sinagoga de Nazaret y declaró que se cumpliría a través de Su ministerio predijo al Mesías declarando: "... el SEÑOR me ha ungido para predicar el evangelio... para proclamar libertad a los cautivos, y apertura de la cárcel a los presos" (Isaías 61:1; Lucas 4:16-21). Isaías y Cristo están diciendo que el desatamiento de aquellos atados por el pecado solo se produce a través de la predicación del evangelio. ¿Y qué otra cosa sino el evangelio, que es "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16), podrían ser las "llaves del reino"?
Es una ilusión, entonces, imaginar que Dios ha puesto en las manos de cualquier hombre o iglesia el poder de decidir quién va al cielo o al infierno. De hecho, ¿cómo podría hacerlo? Solo en la cruz de Cristo "tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados" (Efesios 1:7). Nadie, ni siquiera Dios mismo, puede remitir pecados sobre ninguna otra base. Sólo el Evangelio abre la puerta al cielo, el mismo Evangelio que Cristo dijo a sus primeros discípulos: "Id por todo el mundo y predicad" (Marcos 16:15). Y, como hemos visto, la responsabilidad y el privilegio de predicarlo nos han sido transmitidos a nosotros hoy en día.
Es de suma importancia recordar que cada Cristiano tiene el poder de liberar a las almas del castigo del pecado a través de la proclamación del evangelio a aquellos que creerán. Estas son las buenas nuevas de la gracia de Dios que libera de la esclavitud de Satanás a los que creen.
Las "llaves" no son mágicas. Todavía se requiere fe. Dios desea "que todos los hombres se salven" (1 Timoteo 2:4) y Él "no quiere que ninguno perezca" (2 Pedro 3:9). Sin embargo, muchos perecerán, porque persisten en su rebelión y rechazo de Cristo. Dios mismo no puede obligar a nadie a amarlo, porque el poder de elección que nos dio es esencial para el amor.
Por lo tanto, debe ser nuestra pasión persuadir a tantos como podamos para que acepten el amor y el perdón de Dios y el don de la vida eterna. Qué trágico que tantos Cristianos que conocen el evangelio tan a menudo no lo presenten a quienes los rodean. A medida que nuestro Señor mueve nuestros corazones con amor y compasión por los perdidos, ¡que podamos responder en Su amor y usar las llaves del reino cada vez más urgente y eficazmente para la salvación de muchas almas!
TBC