El mes pasado mencionamos que la mayor parte del ministerio del Apóstol Pablo fue empleada en discutir, razonar y persuadir (Hechos 19:8; Hechos 19:26; Hechos 28:23) en las sinagogas y en los mercados donde la gente se congregaba (Hechos 17:2, 3; Hechos 17:17; Hechos 18:4; Hechos 18:19; Hechos 19:8), en escuelas religiosas (Hechos 19:9), y donde los debates ocurrían como en la colina de Marte (Hechos 17:18-34). Pablo nos dice que nosotros debiéramos seguir su ejemplo, así que por lo tanto los Cristianos deberían estar razonando y persuadiendo a otros acerca de la verdad del evangelio cada vez que el Señor nos dé una oportunidad con los amigos, vecinos y miembros de la familia que están dirigiéndose a una eternidad sin Cristo. ¡Hagamos lo posible para ayudarlos!
El tiempo es corto. Ya sea por muerte natural o por el Arrebato, todos nosotros vamos a partir de este mundo muy pronto.
También vimos con igual claridad que la Biblia no promulga ecumenismo de ninguna clase o cualquier otra concesión o alteración de la fe. Debemos continuamente contender por la fe, una afirmación que no puede ser alterada para que signifique que “debemos poner nuestro énfasis en las cosas que tenemos en común y el evitar diferencias que pueden causar controversia para que así podamos trabajar para el bien común.” Eso puede sonar loable, encomiable, pero no es bíblico y es una desobediencia desvergonzada al mandato de nuestro Señor.
La iglesia primitiva no hizo ninguna alianza con apóstatas, heréticos o gente no creyente, aún por causas que aparentemente eran buenas. No hay tiempo que perder y debemos decidir nuestras prioridades. ¿Vamos nosotros a emplear nuestro tiempo y recursos en sociedad con el mundo, en acciones políticas y sociales? ¿O debemos predicar el evangelio con toda seriedad y con todo corazón luchar, de una vez por todas, por la fe que se ha encomendado a los santos?
Desde Génesis hasta Apocalipsis, se nos instruye que debemos mantenernos firmes, siguiendo a nuestro Señor con corazones puros, sin desviarnos del camino angosto y obedeciendo el mandato de Cristo que fue verdad en ese entonces y todavía hoy lo es: “Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Marcos 16:15). Estas son las órdenes de combate para cada cristiano.
El dedicarnos a luchar por la fe, no quiere decir el discutir sobre cosas superficiales y efímeras que no son esenciales al evangelio. Debemos ser pacientes con las diferencias de opinión en cosas menores de doctrina y de práctica. Sí, sabemos que Pablo contradijo a Pedro en público en la iglesia de los Gálatas, pero su amonestación fue concerniente al evangelio que no puede ser cambiado o alterado en absoluto: “Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:11-14).
Debemos mantenernos firmes por la verdad de Dios y sin transigir o hacer concesiones. Tristemente, vemos en la actualidad líderes cristianos que no solamente desobedecen, sino que se atreven a revisar y alterar lo que Dios ha escrito claramente en Su Palabra.
No podemos darnos el lujo de hacer “ciertas concesiones” o “ajustes de menor importancia” en lo que se refiere al camino de salvación que Dios ha determinado. Si de alguna manera alteramos, aunque sea algo minúsculo del evangelio, estaremos despreciando la Palabra de Dios y poniendo en peligro el destino eterno de las almas: “(el evangelio) es poder de Dios para salvación a todo al que cree” (Romanos 1:16). Este es el único camino para la salvación. Jesús dijo que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Pedro declara que: “... ustedes han nacido de nuevo... mediante la Palabra de Dios... Y ésta es la Palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes”. (1 Pedro 1:23-25).
Por eso es que debemos proclamar el evangelio. Solo por la fe en la Palabra de Dios puede uno ser salvo. Trágicamente el evangelio es alterado y modificado por muchos que lo predican y dicen creer en él. Pasajes de las Escrituras como hemos podido leer en el párrafo anterior, son muy claros y explícitos en la manera que imponen sobre cada cristiano el deber sagrado que cada creyente debe seguir, pero muchos de los llamados cristianos en la actualidad ponen a un lado el radicalismo del evangelio para evitar “ofender” al que no es salvo. ¿Cómo se le puede ocurrir a una persona el pensar en herir las sensibilidades de otra, cuando está en juego la separación de Dios por la eternidad y el destino está lleno de tormentos para el que no acepta Cristo como su salvador?
Hemos mencionado anteriormente las declaraciones de John Hagee cuando dijo: “Yo no estoy tratando de convertir a la gente judía a la fe cristiana... el tratar de convertir judíos es una pérdida de tiempo. Todos los demás necesitan creer en Jesús... pero no los judíos. Los judíos ya tienen un convenio con Dios que nunca ha sido reemplazado con el Cristianismo...”
En un contraste radical, Pablo tenía la certeza absoluta que a no ser que ellos creyeran en el evangelio, los judíos, al igual que el resto de la gente, estarían perdidos eternamente. Pablo estaba tan seguro de esto que él hubiera ido al infierno si esto hubiera significado la salvación para ellos (Romanos 9:1-5). Él declaró: “Me invade una gran tristeza y me embarga un continuo dolor. Desearía yo mismo ser maldecido y separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza... el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación” (Romanos 9:1-3; Romanos 10:1).
Aparentemente Pablo no sabía lo que Hagee sabe, que si lo hubiera sabido Pablo no se hubiera preocupado en lo más mínimo acerca de la salvación de los judíos. Uno se pone a pensar cuándo y de dónde Hagee ha recibido esta revelación que los judíos no necesitan el evangelio y probablemente él también piensa que la Biblia debería ser revisada o cambiada en ése respecto. Eso causaría cambiar tantos pasajes en la Escrituras que dudo mucho que fuera a ser posible.
Pablo proclamó: “(el) evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). Cristo encomendó a Sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), y esto seguramente incluía a los judíos. En realidad, los discípulos deberían comenzar “en Jerusalén” (Lucas 24:47), lo cual Pedro obedientemente cumplió cuando en el día de Pentecostés 3,000 judíos (con tal vez algunos gentiles) fueron salvos.
Aunque las propias palabras de Cristo, así como otras escrituras, claramente especifica que el evangelio era para toda la humanidad, los apóstoles estaban seguros que el evangelio era solamente para los judíos. Para persuadirlos a que prediquen la Palabra a los gentiles, el Señor tuvo que darle a Pedro una visión de una sábana bajando del cielo con toda clase de animales inmundos. (Hechos 10:9-20).
El lenguaje de la Escritura es tan claro que aquellos que privan a los judíos del evangelio son culpables de desobediencia deliberada.
Además de Hagee, hay otros líderes de la iglesia que son culpables de lo mismo, entre ellos está el conocido apologético Ravi Zacharías. Como el director honorario del Día Nacional de Oración, Ravi compuso una oración genérica que se puede aplicar a todo el mundo. No contiene el nombre de Jesús, el cual fue omitido, se nos informó, para no “ofender a los participantes judíos.”
Hemos mencionado anteriormente acerca del evento llamado “El Día Nacional de la Oración” y hemos dicho que tal evento no está basado en la Biblia, que aunque fue dirigido por cristianos desde su origen a través de los años ha persuadido a personas que no son cristianas a que participen en tal evento orando a su propio dios o dioses. ¿Se pueden ustedes imaginar que cuando un discípulo le preguntó a Jesús: “Señor enséñanos a orar” (Lucas 11.1), Cristo hubiera incluido una oración general para “gente de toda clase de fe”, dirigida hacia cualquier “fuerza espiritual” que ellos crean?
Analicemos por un momento la oración de Ravi Zacharías comparándola con la razón natural y con la Escritura y podemos ver el error garrafal que es el componer una oración para toda clase de “fe”. Tal oración empieza con “Santo Padre...” .Repetidamente el Corán dice que Alá (el dios del Islam) no es padre y no tiene hijo. Ya para empezar, los musulmanes se pueden ofender.. El “Padre Santo” a quien se refiere Ravi es el Dios de la Biblia, quien es llamado “el Dios de Israel” 203 veces.
Los Musulmanes deberían estar más que ofendidos. Alá odia a los judíos y Islam enseña que cada Judío en la tierra debe ser muerto antes que cada Musulmán sea resucitado. Si esto pasara sería una vergüenza para el “Dios de Israel.” Él simplemente no podría cambiar Su nombre. Él tendría que admitir ser un dios falso y tendría que admitir que Alá es el verdadero dios.
El Dios de la Biblia es celoso por el honor de Su nombre santo. A Moisés Él declaró: “Yo soy Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob... Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos” (Éxodo 3:13-16). Jesús confirmó que este era el nombre de Dios (Lucas 20:37). Pero el Islam se opone a Israel y Alá odia a los judíos.
Islam enseña que el concepto que el mundo entero tiene con respecto a la tierra de Israel es erróneo. En realidad, según ellos, esa tierra fue dada por Alá a los Árabes / Musulmanes. Como podemos leer en el libro titulado “El día del Juicio” esta creencia expone el fraude de las negociaciones de los llamados “Palestinos” con Israel para obtener la “paz.” Revela la realidad que los viajes al Medio Oriente por Bush y Rice, como también por los miembros de los países europeos, de las Naciones Unidas, del Vaticano, etc. es en vano.
El mundo islámico ha llegado a convencer al mundo entero al concepto de una falsa “paz”, que los llamados Palestinos y sus hermanos Musulmanes esperan continuar “paso por paso” hasta llegar a la destrucción de Israel y finalmente a la completa exterminación de todos los judíos en la tierra.
La oración de Ravi termina con las palabras “En el nombre sagrado de Dios... “¿Qué quiere decir “En el nombre sagrado de Dios” a los Musulmanes y a los millones de americanos que no son Cristianos? El Día Nacional de la Oración tiene tan poco sentido como si Elías hubiera llamado a los apóstatas en Israel, quienes adoraban a Baal y a otros dioses falsos, para que se unan con los seguidores de Yahvé en oración por las bendiciones de “Dios” sobre Israel. Si los seguidores de varias religiones están orando a diferentes dioses (que hay una gran variedad), entonces ¿qué es en realidad lo que se está logrando? ¿Está éste evento unificando a América?. Probablemente, pero solo en confusión y en engaño.
¿Y qué les parece el omitir el nombre de Jesús en esta oración modelo para no ofender a los judíos? Nuestro Señor Jesucristo envió a Sus discípulos a que predicaran “el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (Lucas 24:47). Nada hubiera sido más ofensivo a los judíos. ¿No hubiera sido lógico que los discípulos hubieran tenido una reunión para discutir este mandato y decidir que usando el nombre de Jesús (especialmente en ése tiempo que era tan delicado el mencionar Su nombre, inmediatamente después de la crucifixión) hubiera sido contraproducente y probablemente hubiera provocado odio hacia ellos y tal vez hubieran terminado siendo asesinados? ¡No! Lo imperativo en todo esto no era cómo satisfacer a la audiencia, sino la obediencia a Cristo.
En obediencia al mandato de su crucificado y resucitado Señor, de predicar en Su nombre, los discípulos valientemente proclamaron a la verdad en el nombre de Jesús donde ése nombre era despreciado y donde el obedecer a Su Señor implicaba odio, persecución y aún muerte. Sin ninguna clase de alianza o concesiones, ellos indicaron que los judíos habían rechazado y crucificado a Cristo, aunque Él amaba tanto a sus hermanos en la carne y lamentaba su incredulidad. Pedro no predicó un evangelio especial a los judíos. Él declaró, “Jesús de Nazaret... hombre acreditado por Dios... con milagros, señales y prodigios... ustedes prendisteis y matasteis por medio de gente malvada, crucificándole... (Hechos 2:22-23).
Hoy en día existe un cierto titubeo, en exponer las realidades en la forma que Pedro lo hizo. “No fueron los Judíos quienes crucificaron a Cristo, sino los Romanos” dicen algunas personas en círculos evangélicos para evitar ofender a los judíos. Pedro estuvo allí. Él sabía la realidad en tal forma que nadie viviendo en la actualidad podría saberla. Inspirado por el Espíritu Santo, él acusó a sus hermanos judíos por haber crucificado al Hijo de Dios. Por supuesto, los Romanos clavaron a Jesús en la cruz, pero fue a la insistencia de aquellos cuyo odio fue inspirado por los rabinos y quienes gritaban “Crucifíquenlo.”
Pilatos tuvo sus objeciones: “¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo ¡Sea crucificado!... Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:22-25). La verdad es que en respuesta a esa obsesionante y evocadora pregunta hecha en ese antiguo himno espiritual “¿Estuviste tú allí donde crucificaron a mi Señor?” Todos nosotros, Judíos y Gentiles, confesemos con corazones arrepentidos, “¡Sí, Yo estuve allí. Fue por mis pecados que Cristo murió!”
¿Es el evangelio para los judíos? Dejemos que Hagee y todos los otros quienes tienen dudas acerca de los Judíos con relación al evangelio tomen en cuenta las palabras tan claras y específicas de Pedro cuando dice: “Sepa, pues, ciertamamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quienes vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” (Hechos 2:36).
Fue probablemente el día siguiente, en el portal del templo y en el nombre del que Ravi Zacharías omitió intencionalmente (para no marginar a los participantes judíos en el Día Nacional de Oración) que Pedro y Juan sanaron a un hombre que había sido paralítico de nacimiento y sin esperanza (Hechos 3:2). Ellos le ordenaron, “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” (Hechos 3:6).
Arrestados por esta buena obra Pedro y Juan tuvieron que comparecer ante la jerarquía religiosa quienes les preguntaron, “¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto? Entonces Pedro, lleno del espíritu Santo, les dijo: gobernantes del pueblo y ancianos de Israel:... sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano... Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:7-12).
El concilio ordenó a Pedro y a Juan “que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús” (Hechos 4:18). Trágicamente, toma mucho menos el persuadir a líderes cristianos de hoy en día el no predicar en el nombre de Jesús; ellos lo hacen por su propia iniciativa y por conseguir dinero y popularidad. Que el Señor nos libre de sucumbir a tal vergonzosa motivación.
La respuesta de los apóstoles a tal amenaza del concilio religioso fue instantánea e intrépida: “¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en vez de obedecerlo a Él? ¡Júzguenlo ustedes mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4:19-20).
Los milagros hechos en el nombre de Jesús a través de los apóstoles ocasionó que un creciente número de personas creyeran en Él. “El sumo sacerdote y todos los que estaban con él ... se llenaron de celos; y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos dijo:Id, y puestos de pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida” (Hechos 5:17-20).
Mientras tanto, otro concilio más numeroso que el anterior fue formado y oficiales fueron enviados a la prisión para traer a los prisioneros enfrente del concilio otra vez. Los oficiales tenían la certeza que la prisión era segura, que las puertas estaban cerradas, pero los apóstoles no estaban allí, ellos estaban obedientemente enseñando en el templo. Los apóstoles fueron traídos nuevamente enfrente del concilio y se les recordó de la advertencia que se les había dado anteriormente de no predicar en el nombre de Jesús. Pedro respondió, “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Los rabinos “oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos” (Hechos 5:33) Los apóstoles continuaron testificando por Cristo y Su resurrección. “Y todos los días en el templo, y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:42).
Los apóstoles fueron golpeados, maltratados y puestos en libertad con la advertensia de no predicar en el nombre de Jesús. ¿Obedecieron ellos a los hombres en vez de a Dios? No. Ellos se regocijaron que fueran dignos de sufrir vergüenza por Su nombre.
Siglos antes, Josué desafió a la gente de Dios: “Elijan ustedes mismos a quiénes van a servir... Pero yo y mi casa serviremos al Señor” (Josué 24:15). Nos encontramos en la actualidad confrontando las mismas opciones. El obedecer a nuestro Señor puede ser costoso en términos de dinero, prestigio e influencia, pero lo que estamos hablando realmente es de este tiempo versus la eternidad, Dios versus el hombre. Eso no debe ser una decisión difícil de hacer.
Cuando nosotros, en el Llamamiento Bereano, somos acusados y denunciados por críticos por atrevernos a estar en desacuerdo con líderes populares Cristianos, simplemente los dirigimos a la Biblia y les decimos “Miren lo que aquí dice.”
“EN EL NOMBRE DE JESÚS”