"Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas." (Deuteronomio 6:4, 5)
"Jesús le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento." (Mateo 22:37, 38)
"Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a Él, y haremos morada con Él." (Juan 14:23)
Ambos, los diez mandamientos dados a Israel y la ley moral que Dios ha escrito en cada conciencia de cada ser humano (Romanos 2:14-15) requiere que cada uno de nosotros ame a Dios con todo nuestro ser. Tal demanda es puesta en nosotros, no porque Dios necesita de nuestro amor, ya que Él es infinito y no necesita nada. Tampoco es porque Dios está centrado en sí mismo u orguloso o soberbio y por lo tanto demanda o exige que nosotros lo amemos por sobre todas las cosas. Él nos ordena que lo amemos con todo nuestro corazón porque ninguna otra cosa nos puede salvar de nuestro enemigo incorregible, que es uno mismo.
El primero y el más grande mandamiento es dado para nuestro propio bien. Dios nos ama a cada uno de nosotros y nos quiere dar la bendición más grande, que es Él mismo. Sin embargo, Él no se va a forzar en la voluntad del individuo, ya que eso no sería amor. Nosotros genuinamente y con todo corazón debemos expresar nuestro deseo de estar con Él. "Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo corazón" (Jeremías 29:13) es la promesa de Dios, que por otra parte se encubre (Isaías 45:15). Y una vez más, " y que (Él) es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:6).
Esta ferviente búsqueda de Dios con todo el corazón, sin el cual nadie lo puede conocer, ha sido siempre la marca de Sus seguidores verdaderos. Uno de los Salmistas comparó su pasión por Dios con la sed de un venado sediento buscando por agua para aplacar su sed. David se expresó de la misma manera: "Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas" (Salmo 63:1). ¡Qué deseo más grande puede uno tener del conocer a Dios? Y aún así, esta digna búsqueda es descuidada aún por los que se llaman Cristianos.
¡Qué maravilloso es que el Creador infinito del universo se ofrezca Él mismo a estas minúsculas criaturas como somos nosotros! Y tampoco es Su amor una fuerza cósmica impersonal; todo lo contrario, es íntimamente personal. ¡Piensen acerca de esto! Ese amor debería despertar una ferviente respuesta de parte de nosotros. Pero realmente ¿Cuántos de nosotros expresan nuestro amor a Dios siquiera una vez al día, sin siquiera contar con todo nuestro ser? Tristemente, aún los Cristianos se ven enredados en la red del amor prohibido de este mundo (1 Juan 2:15) y la búsqueda de sus engañosas recompensas.
El amar a Dios es nuestro primer mandamiento porque nuestra obediencia a Sus otros mandamientos debe ser motivado por el amor hacia Él. Además, desde que Dios nos ordena que lo amemos con todo nuestro ser, es decir con toda nuestra vida, sí, todo lo que pensamos y hacemos, debe fluir de ese amor. Pablo nos recuerda que dando todo lo que uno posee al pobre y ser martirizado en las llamas del fuego es en vano a no ser que sea motivado por el amor hacia Él.
Si amando a Dios con todo nuestro ser es el mandamiento más grande, entonces, el no hacerlo debe ser el pecado más grande, indudablemente la raíz de todo pecado. ¿Cómo es posible entonces que, el amar a Dios, sin el cual todo sería "como metal que resuena, o címbalo que retiñe." (1 Corintios 13:1), no es encontrado ni siquiera en la lista de cursos que se ofrecen en nuestros seminarios teológicos? ¿Cómo es posible que el primero y el más grande de los mandamientos es descuidado en las iglesias? La triste verdad es que entre los evangélicos de hoy en día lo principal no es en el amar a Dios sino el amarse a uno mismo.
Yo hablo a mi propio corazón. A veces yo me lamento y me envuelvo, como Marta (Lucas 10:38-42), en las ocupaciones de servir a Cristo, que le doy tan poco pensamiento o tiempo en amar a Dios. ¡Ojalá fuera yo más como María! ¿Cómo uno puede aprender a amar a Dios sin siquiera haberlo visto (Juan 1:18; 1 Timoteo 6:16; 1Juan 4:12, 20)? Obviamente, tiene que haber una razón para amar a Dios o a otra persona. Sí, razón y amor van juntos. El amor debe resultar más allá de una atracción física, la cual en sí misma puede solamente provocar una respuesta carnal. Además del atractivo exterior debe ser añadido las cualidades interiores de la otra persona como la personalidad, el carácter, la integridad, y la respuesta amorosa de su parte. Dios nos ama sin necesidad de todas esas razones. Pero nosotros para amar a Dios sí requerimos estas cualidades. "Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero" (1 Juan 4:19).
Nuestro Padre Celestial ama aún a aquellos que se declaran los enemigos de Él, aquellos que lo desafían, que rechazan Sus leyes, que niegan Su existencia, y que quisieran sacarlo de Su trono. Cristo probó Su amor cuando fue a la Cruz para pagar el castigo, la pena máxima, por todos nosotros, y aún así le pidió al Padre que perdonara a aquellos que lo crucificaron (Lucas 23:34). Ese es el amor que el cristiano, habiéndolo experimentado en sí mismo, debe manifestarlo a otros a través de Cristo que, debido a ese amor, ahora vive en su corazón: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mateo 5:44).
El amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, es algo que no podemos lograr por nuestros propios esfuerzos. El amor por nuestro prójimo debe ser la expresión del amor de Dios en nuestros corazones; tampoco podemos amar a Dios excepto llegándolo a conocer tal como es Él. Un falso dios no va a dar resultado. Y así fue, como ocurrió durante la celebración del Desayuno Nacional de Oración que se realizó en Washington, D.C., en 1993, el Vice Presidente Al Gore dijo: "Fe en Dios, dependencia en un poder más alto, cualquiera que sea su nombre, es en mi parecer, esencial." Nadie puede amar a un dios imaginario siguiendo "los 12 pasos requeridos." Eso sería amar a una persona proveniente de la fantasía. El conocer al verdadero Dios es el amarlo; y el conocerlo mejor es amarlo aún mucho más.
La mayoría de nosotros tenemos solamente un conocimiento superficial de Dios. Y tampoco nuestro amor puede crecer excepto que tengamos una profunda apreciación de Su amor por nosotros, una apreciación que debe incluir dos extremos: 1) La infinita grandeza de Dios; y 2) Nuestra naturaleza pecadora y nuestra desdichada falta de valía. Que Él que es tan alto y tan santo, y que se rebajó tan bajo para redimir a pecadores que no merecían ser salvos, revela Su Amor supremo hacia nosotros. El tener ese conocimiento forma la base de nuestro amor y nuestra gratitud hacia Él y será un tema que no va a ser cambiado a través de la eternidad cuando estemos en su gloriosa presencia.
No puede haber duda alguna que mientras más clara sea nuestra visión de Dios, menos merecedores somos nosotros y por lo tanto más agradecidos somos por Su gracia y por Su amor. Esto siempre ha sido el testimonio de hombres y mujeres de Dios. Job exclamó a Dios, "De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job:42:5-6 [5] I have heard of thee by the hearing of the ear: but now mine eye seeth thee.
[6] Wherefore I abhor myself, and repent in dust and ashes.
See All...). Isaías lamentó de la misma manera, "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:5).
Ese reconocimiento de su pecado y la falta de valía no disminuyó sino que aumentó el amor a Dios por parte de los santos, y también la apreciación por Su gracia. Mientras más claro vemos el infinito abismo entre la gloria de Dios y nuestra naturaleza pecaminosa (Romanos 3:23), es más nuestra apreciación de Su gracia y de Su amor que forman un puente que une la distancia que nos separa de Dios y todo esto proviene solamente de parte de Dios para redimirnos. Y mientras más sea nuestra apreciación de Su amor por nosotros, más será nuestro amor por Él.
No hay gozo que pueda compararse a ese intercambio de amor. Tampoco existe una pena tan profunda como el amor rechazado o ignorado. ¡Cómo debe apenar a nuestro Señor que Sus seres redimidos lo amen tan poco! Ese dolor, esa pena, es transparente en pasajes como el siguiente: "Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí" (Isaías 1:2). "¿Se olvida la virgen de su atavío, o la desposada de sus galas? Pero mi pueblo se ha olvidado de mí por innumerables días" (Jeremías 2:32).
Aún más reprochable que el olvidarse y el descuido del conocimiento de Dios es la perversa enseñanza de la psicología cristiana, la cual nos dice que Dios nos ama porque somos amorosos y valemos la pena y por lo tanto de alguna manera somos merecedores de tal amor. Richard Dobbins, mejor conocido como el psicólogo de las asambleas de Dios y uno de los exponentes de esta manera de pensar, sugiere que uno repita, "Yo soy una persona amorosa y perdonadora." Bruce Narramore, otro individuo con el mismo punto de vista, se jacta, "El Hijo de Dios nos considera de tal valor que dio Su vida por nosotros". Si eso fuera verdad, no aumentaría ni rebajaría nuestro amor por Él y tampoco nuestra apreciación por Su gracia. La Biblia nos enseña que nuestro amor por Dios y nuestra apreciación de Su amor y de Su perdón será en proporción al reconocimiento de nuestro pecado y de nuestro poco valor.
Esa es la lección que Cristo le enseñó a Simón el Fariseo cuando Él era un invitado en su casa. Jesús le dijo de un acreedor que perdonó a dos personas que le debían, uno que le debía una gran cantidad de dinero y el otro que prácticamente no le debía nada. Entonces Él preguntó a Simón, "¿Cuál de ellos le amará más?" Simón contestó, "Pienso que aquel a quien perdonó más." "Rectamente has juzgado," respondió Jesús. Después de haber reprochado a Simón por ni siquiera haberle traído agua y una toalla, y elogiando a la mujer quien había lavado Sus pies con sus lágrimas y secándolos con sus cabellos, Cristo declaró, "Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama" (Lucas 7:36-47).
Es ambos, lógicamente y bíblicamente, mientras más nos demos cuenta de la magnitud de nuestros pecados y de nuestra culpabilidad ante los ojos de Cristo, más va a ser nuestra gratitud y nuestro amor por el hecho de que Cristo murió por nosotros. Desde cualquier punto de vista si nosotros empezamos a imaginarnos que de alguna manera somos amorosos y que merezcamos Su sacrificio en la Cruz, entonces ahí es cuando nuestra apreciación por Su amor va a decaer. La Biblia nos enseña que Dios nos ama no porque nosotros seamos lo que somos, sino porque Él es quien es. "Dios es amor" (1 Juan 4:16). Si Dios nos amase porque hubiera encontrado algo atractivo o algo valioso en nosotros que lo hubiera incentivado a que nos amara, entonces, criaturas caprichosas que somos, podríamos perder tal atractivo y con eso también perderíamos el amor de Dios. Pero si Él nos ama porque Dios es amor, entonces ese amor nunca va se va a perder, porque Dios nunca cambia. Y allí está nuestra seguridad para toda la eternidad (Jeremías 33:3) ¡y toda la gloria es de Él!
Muy a menudo encontramos dificultad, especialmente en circunstancias desafiantes, en descansar en el gran amor que Dios tiene para con nosotros, sin duda porque muy profundamente en nuestros corazones, nosotros sabemos qué tan poco merecedores somos de ése amor. La psicología Cristiana trata equivocadamente de curar esta realidad de poco valía de parte del ser humano, intentando convencernos que en realidad nosotros sí valemos la pena, sí somos merecedores de tal amor. Robert Schuller declara, "La muerte de Cristo en la cruz es el precio que pone Dios a la alma humana...(lo cual quiere decir) ¡que realmente somos algo de valor!" Eso no es verdad. Cristo no murió por alguien que valiera la pena, Él murió por pecadores. Dobbins dice, "Si nosotros no valiéramos la pena, Dios no hubiera pagado el precio." Todo lo contrario, mientras más alto es el precio más es el costo de nuestro pecado, no nuestra valía. El hecho que el Hijo de Dios, sin pecado alguno, haya pagado la pena máxima muriendo en la cruz para redimirnos, no debería hacernos sentir bien acerca de nosotros mismos sino que debería darnos vergüenza, porque fue por nuestros pecados que Él fue clavado en la cruz. Y aún así, Bruce Narramore llama la cruz "¡un cimiento, (o una base)para el amor propio!"
Esta humanista forma de pensar, este evangelio falso, está siendo propagado y adoptado por evangélicos. Estableciendo el concepto de auto-estima es algo clave de centros de consejería que han sido establecidos por Robert S. McGee. Otro individuo con la misma forma de pensar llamado Anthony A. Hoekema escribe, "¡Indudablemente Dios no hubiera dado su Hijo por criaturas que Él consideraba de tan poco valor!" Y así de esta manera, el amor y la gratitud hacia Dios que la Cruz debería despertar en nosotros, es reprimido por el perverso nuevo concepto que Él hizo lo que hizo porque nosotros éramos merecedores de tal sacrificio. Jay Adams nos dice del horrible error en enseñar que Dios lo hace por nosotros "como si fuera una respuesta de Su parte a nuestra significancia, en vez de ser un acto de Su amor, Su misericordia, Su bondad y de Su gracia".
Nuestra canción para la eternidad será, "El Cordero es digno" (Apocalipsis 5:12). En el cielo no existe lugar para la creencia errónea que Cristo murió porque de alguna manera nosotros nos lo merecíamos. La muerte de Cristo, en lugar de nosotros, no tuvo nada que ver con nuestra valía sino con la profundidad de nuestro pecado; fue la demanda exigida por la justicia de Dios y Su gloria eterna.
Indudablemente aquellos que han introducido el egoísta concepto del humanismo psicológico dentro de la iglesia, tratan de justificar sus conceptos con las Escrituras. Bruce Narramore cita el Salmo 139 y sugiere que "ese maravilloso modelo de crecimiento, de logro y desarrollo (que) Dios puso en nuestro sistema genético... es la base fundamental para la auto-estima." Seguramente el genio del código genético hace inclinarme y pensar y adorar la sabiduría y poder de Dios, pero ¿auto-estima? El ver las maravillas del poder creativo de Dios en mi sistema genético no me causa más exaltación que el ver el poder creativo de Dios en el sistema genético en otras especies o en otra parte del cosmos, desde el momento que ¡Yo no fui el que lo creó!
Pablo declara, "Por la gracia de Dios soy lo que soy" (1 Corintios 15:10). ¡Aquí no existe una base para la auto-estima! ¿Nos vamos a atrever acaso a tratar de borrar de nuestras memorias la realidad que somos pecadores empedernidos salvados únicamente por la gracia de Dios? Sí, Dios en su gracia nos dará coronas y recompensas y escucharemos de los labios de nuestro Señor, "Bien, buen siervo y fiel...entra en el gozo de tu Señor" (Mateo 25:21). Pero, ¿nos dará eso una imagen propia más positiva, un sentido de valor propio y auto-estima? Por supuesto que no. C.S. Lewis contesta de esta manera: "Al niño que es dada una palmada en la espalda por haber hecho la lección correctamente...el alma salva a quien Cristo dice "Bien hecho," es agradecida y debería serlo. Porque la clave está, no en lo que uno es, sino en que uno ha complacido a alguien que busca complacer. El problema está cuando uno pasa del pensamiento 'Yo lo he complacido' al pensamiento, 'Qué buena persona debo ser yo para hacer lo que he hice".
Nuestro amor por Dios nos influencia aún hasta cuando sucumbimos a la tentación. La lujuria es llamada "engañosa" (Efesios 4:22) e "hiriente" (1 Timoteo 6:9) porque nos tienta con un placer que es corto y envuelve la desobediencia a Dios y por lo tanto nos lleva a la ruina final. Aquellos quienes enfocan su atención en ellos mismos, piensan que los diez mandamientos en términos de ser como placeres negados. Pero aquellos que están envueltos en el amor de Dios han sido liberados del amor a uno mismo y encuentran un verdadero y duradero placer y gozo en obedecer y complacer a nuestro Señor. Existe un gozo que proviene de complacer a Dios que va más allá de cualquier placer de este mundo y la tentación pierde todo su poder en comparación.
La nueva teología nos niega este sendero hacia la victoria. Su gozo es egoísta. El obedecer el primero y el más grande mandamiento es necesariamente el negarse a sí mismo como Dios lo ha ordenado (Mateo 16:24). Nadie puede negarse a sí mismo y al mismo tiempo amarse y valorarse a sí mismo o tener un concepto alto de nuestra auto-estima. El ver el amor de Dios como una respuesta a mi significancia y valor propio es negar la verdad de Dios. Olvidémonos de nosotros mismos, de nuestras necesidades y de nuestras heridas, y busquemos conocer y amar a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) porque debemos reconocer la deidad que es Él, y reconocer y apreciar Su amor y Su gracia para con nosotros. Su amor entonces fluirá a través de nosotros a otras personas, a quienes entonces los estimaremos más que a nosotros mismos (Filipenses 2:3). Ese es el camino al verdadero gozo (Hebreos 12:2).
Título en inglés: "Knowing and Loving God"
© Periódico Publicado en octubre del 2010 escrito por Dave Hunt