(Originalmente publicado en Abril 1, 1993)
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura . . . . porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree’ (Marcos 16:15; Romanos 1:16)
¿Qué es el evangelio y de qué nos salva? Debemos comenzar en el Jardín del Edén. Eva, persuadida por Satanás de que Dios le había mentido, y seducida por la atractiva promesa de la divinidad, Eva se rebeló contra su Creador. Adán, no queriendo separarse de su esposa, a quien amaba más que a Dios, el cual no fue engañado (1 Timoteo 2:14), se unió deliberadamente a su desobediencia. Así, " Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). La muerte no sólo pone fin a esta corta vida terrenal, sino que separa al pecador de Dios para siempre.
En Su infinita presciencia, sabiduría y amor, Dios ya había planeado lo que haría para reunir a la humanidad con Él. Sin dejar de ser Dios (una imposibilidad), se convertiría en hombre a través de un nacimiento virginal. Solo Dios podía ser el Salvador (Isaías: 43:1; 45:21, etc.), por lo tanto, el Mesías tenía que ser Dios (Isaías: 9:6; Isaías: 45:15; Tito 1:3-4, etc.). Él moriría por nuestros pecados para pagar el castigo exigido por su justicia: "¡Es todo un misterio, el inmortal muere!" (Charles Wesley). Luego resucitaría de entre los muertos para vivir en aquellos que creyeran en Él y lo recibieran como su Señor y Salvador, dándoles el perdón de los pecados y la vida eterna como un regalo gratuito de Su gracia.
Siglos antes de su encarnación, Dios inspiró a los profetas del Antiguo Testamento a declarar Su plan de salvación eterno e inmutable. Se proporcionaron criterios definitivos por medio de los cuales se identificaría al Salvador venidero. Jesús y sus apóstoles no inventaron una "nueva religión". ¡El Cristianismo cumple decenas de profecías específicas y, por lo tanto, es demostrable examinando las Escrituras!
Por lo tanto, no fue un nuevo evangelio lo que Pablo predicó, sino "el evangelio de Dios (el cual había prometido de antemano por medio de Sus profetas en las Santas Escrituras) concerniente a su Hijo Jesucristo..." (Romanos 1:1-3). De este modo, los Bereanos podían comparar y verificar el mensaje de Pablo con el Antiguo Testamento (Hechos 17:11); y él podía usar los profetas Hebreos, que se leían en la sinagoga cada sábado, para mostrar que Jesús era el Mesías prometido (vv 2-3). Ni Buda, ni Mahoma, ni nadie más, ¡solo Cristo tiene las credenciales requeridas! El cumplimiento de decenas de profecías específicas en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret es una prueba absoluta que Él es el verdadero y único Salvador.
En Hebreos 2:3 se hace la pregunta vital: "¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?" No hay escapatoria. La Biblia deja muy claro este hecho solemne. Rechazar, añadir, quitar, pervertir o abrazar un sustituto en vez del "evangelio de Dios" es perpetuar la rebelión iniciada por Adán y Eva y dejarnos eternamente separados de Dios y bajo Su ira. No es de extrañar que Pablo escribiera: "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres..." (2 Corintios 5:11). ¡Así debemos persuadir a través del evangelio!
El "evangelio de vuestra salvación" (Efesios 1:13) "en el cual estáis; por la cual también vosotros sois salvos" (1 Corintios 15:1-2) es simple y preciso, sin dejar lugar a malentendidos o negociaciones: "que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día..." (Vv 3-4). Este "evangelio eterno" (Apocalipsis 14:6) fue prometido "antes de que el mundo comenzara" (2 Timoteo 1:9; Tito 1:2) y no puede cambiar con el tiempo o la cultura. No hay otra esperanza para la humanidad, no hay otra manera de ser perdonada y traída de regreso a Dios excepto a través de esta "puerta estrecha y camino angosto" (Mateo 7:14). Cualquier camino más ancho conduce a la destrucción (v 13).
El único y verdadero "evangelio de la gracia de Dios", que Dios ofrece como nuestra única salvación, tiene tres elementos básicos: 1) quién es Cristo: completamente Dios y hombre perfecto y sin pecado en una sola persona (si Él fuera menos, no podría ser nuestro Salvador); 2) quiénes somos nosotros: pecadores desesperados que ya están condenados a la muerte eterna (de lo contrario, no necesitaríamos ser salvos); y 3) lo que la muerte de Cristo logró: el pago de la pena completa por nuestros pecados (cualquier intento por nuestra parte de pagar de alguna manera rechaza la Cruz).
Cristo nos ha mandado: "Predicad el evangelio [¡buenas nuevas!] a toda criatura [persona]" (Marcos 16:15). ¿Qué respuesta se requiere? Tanto la pregunta desesperada como la respuesta sencilla se nos dan: "¿Qué debo hacer para ser salvo? Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos 16:30-31). Ni la religión, ni el ritual, ni las buenas obras servirán, simplemente creer. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe" (Efesios 2:8), todo aquel que en Él cree, no se perderá, sino que tiene vida eterna (Juan 3:16).
Es el evangelio solamente el que salva, a los que creen en él. Nada más salvará. Por lo tanto, debemos predicar el evangelio. Pablo dijo: "¡Ay de mí, si no predicare el evangelio!" (1 Corintios 9:16). Sin embargo, ¡cuán a menudo se hacen llamamientos sentimentales para "venir a Jesús" o "tomar una decisión por Cristo" sin explicar claramente el evangelio! Muchos se sienten atraídos a Cristo debido a su admirable carácter, "noble martirio" o porque "Él cambia vidas". Tales "conversos" no han creído en el evangelio y por lo tanto no son salvos, sino que permanecen bajo la ira de Dios (Juan 3:36). Esta es la enseñanza solemne de las Escrituras.
Hay temas periféricos en las que los cristianos pueden diferir, como la dieta, la vestimenta, el modo de bautismo, el honrar ciertos días, cómo y con qué frecuencia guardar la Cena del Señor, etc. La salvación, sin embargo, es el tema central en el que todos deben estar de acuerdo. Pablo maldijo a aquellos que enseñaban que uno debe creer en el evangelio y guardar la ley para ser salvo (Gálatas 1:6-12). Una adición tan leve destruyó el evangelio. ¡Nadie creyendo en ese mensaje podría salvarse! Tampoco nadie es cristiano por creer en uno de los evangelios populares diluidos de hoy.
Oswald Chambers advirtió que, en nuestro celo por hacer que la gente acepte el evangelio, no fabriquemos un evangelio aceptable para la gente y produzcamos "conversos" que no son salvos. La perversión más popular de hoy en día es el evangelio "positivo" que está diseñado para no ofender a nadie con la verdad. Robert Schuller, por ejemplo, ha dicho que es degradante llamar pecador a alguien y que Cristo murió para restaurar la dignidad humana y la autoestima. Él "gana a muchos para Cristo" con ese mensaje seductor, pero tal evangelio no salva a los pecadores.
Las apelaciones evangelísticas a menudo se hacen para "venir a Cristo" por las razones equivocadas: para estar sano, feliz, exitoso, para restaurar un matrimonio o para manejar el estrés. Algunos de los tele-evangelistas más populares de hoy en día están tan decididos a "caer en el Espíritu" y a la sanidad física, que no logran librarse del pecado. Su evangelio a menudo está tan diluido o pervertido que engaña a muchos haciéndoles creer que son salvos, cuando no lo son. ¡Ningún fraude podría ser peor, porque las consecuencias son eternas!
La religión, no el ateísmo, es el arma principal de Satanás. "El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que la luz del evangelio glorioso de Cristo... resplandezca" (2 Corintios 4:4). Para combatir "el evangelio de la gracia de Dios" (Hechos 20:24), el gran engañador tiene muchos evangelios falsos, pero todos tienen dos rechazos sutiles de la gracia en común: el ritual y/o el esfuerzo propio.
El ritual hace de la redención un proceso continuo, realizado por un sacerdocio especial; y el esfuerzo propio le da al hombre un papel que desempeñar en la obtención de su salvación. El uno niega la finalidad de la Cruz. El otro niega su suficiencia. Consideremos, por ejemplo, los rituales y el esfuerzo propio en todas las religiones no Cristianas. Su negación de la cruz de Cristo y su oposición al evangelio son flagrantes. Sin embargo, las creencias paganas y de la Nueva Era están proliferando en la iglesia en nombre del ecumenismo y la obsesión en considerar y aceptar toda clase de nueva teología.
El culto pagano (hindú, budista, musulmán, brujería, etc.) es común en la Catedral de San Juan el Divino de Nueva York, la catedral Episcopal más grande de Estados Unidos, que incluso ha presentado una "Crista" femenina en un crucifijo. Los líderes evangélicos denuncian firmemente tal blasfemia entre los Protestantes, pero muchos permanecen extrañamente en silencio cuando se trata de la Iglesia Católica Romana. Los líderes evangélicos incluso elogian al Papa Juan Pablo II mientras viaja por el mundo para honrar y expresar respeto y simpatía por los enemigos del evangelio.
En Asís, el Papa motivó al Dalai Lama y a sus monjes a adorar en el altar de la Iglesia de San Pedro, en el que colocaron una estatua de Buda para su ceremonia anticristiana. En todo el mundo el Papa ha celebrado misas en las que se incorporaron diversos rituales paganos (y en los que él mismo participó). El "Vicario de Cristo" ha rezado con animistas e incluso ha entrado en su santuario, consagrado a los demonios, para participar en rituales paganos que comenzaban con un hechicero invocando espíritus ancestrales. ¡Imagínese al apóstol Pablo adorando en el Templo de Diana en Éfeso!
En oposición a los errores del Mormonismo, la Ciencia Cristiana, los testigos de Jehová, etc., los evangélicos están unidos. No es así cuando se trata de errores similares que existen en el Catolicismo Romano. Incluso los ministerios anti sectas, como el Instituto de Investigación Cristiana (IIC), defienden el ecumenismo católico-evangélico. El IIC se refiere a los Católicos Romanos como "nacidos de nuevo", "evangélicos" y "creyentes en la Biblia", términos que repudian la Reforma. Recuerde, que el problema de ése entonces y el problema actual es que el evangelio de Dios no es negociable, algo que Roma literalmente maldice.
Cuando comenzó su ministerio, Billy Graham, al igual que los reformadores, llamó al Catolicismo el mayor enemigo del evangelio. Hoy dice que sus creencias "son esencialmente las mismas que las de los Católicos Ortodoxos...". Un cambio similar ha ocurrido en los últimos años entre otros líderes evangélicos debido a la creencia generalizada de que el Vaticano II (1962-65) transformó el Catolicismo. De hecho, aparte de algunos cambios cosméticos (la misa ya no solo en latín, etc.), el evangelio de Roma sigue siendo el mismo que en la época de Lutero.
Consideremos los hechos. Para oponerse a la Reforma, los principales teólogos de Roma se reunieron en el Concilio de Trento (1545-63). Sus Cánones y Decretos, que definen el dogma Católico Romano oficial, contienen más de 100 anatemas que denuncian el evangelio de la gracia afirmado por los reformadores. ¡Toda doctrina evangélica está maldita! ¿Y el Vaticano II? Tal asamblea declara: "Este sagrado concilio... propone de nuevo los decretos... del Concilio de Trento [¡incluyendo sus más de 100 anatemas!]". Como dice “La Respuesta Católica” (The Catholic Answer) (marzo/abril de 1993): "Todo lo que fue enseñado 'oficialmente' por la Iglesia en una época es enseñado 'oficialmente' por la Iglesia en todas las épocas... Las [doctrinas] del Concilio de Trento están completamente de acuerdo con la fe eucarística de la Iglesia de hoy".
Los líderes evangélicos que aceptan a los Católicos como Cristianos y se unen a Roma en el "evangelismo" están muy engañados y engañando a otros. Chuck Colson es, tristemente, uno de ellos. En su libro “El Cuerpo” (The Body), que en muchos sentidos es encomiable, hace un fuerte llamamiento a la unidad con Roma, pero sobre la base de la gran desinformación proporcionada a sus lectores. Por ejemplo, después de explicar que un factor muy importante para la Reforma fue la repugnancia de Lutero por la práctica de vender indulgencias, Colson escribe:
Los reformadores, por ejemplo, atacaron la práctica corrupta de las indulgencias; hoy ya no están... (pág. 271)
¿Las indulgencias "se han ido"? ¡Por supuesto que no! En lo que se refiere a las indulgencias como resultado del Vaticano II, el Papa Pablo VI dedica 17 páginas a las indulgencias. Aunque admite algunos "usos indebidos" en el pasado, este documento declara que la Iglesia Católica Romana "ordena que el uso de indulgencias... ser guardados en la Iglesia; y condena con anatema a los que dicen que las indulgencias son inútiles..." El Vaticano II explica que los "méritos" de la muerte de Cristo, junto con las "buenas obras" de María y el excedente de "buenas obras de todos los santos", más allá de lo que necesitaban para "alcanzar su propia salvación", han sido depositados en un "tesoro".
De este "tesoro," la Iglesia dispensa indulgencias para reducir el sufrimiento en el purgatorio, "distribuyéndolo [el tesoro] a los fieles para su salvación... Este santo Concilio... enseña que la Iglesia... es necesaria para la salvación... El Evangelio... [capacita] a todos los hombres para alcanzar la salvación por medio de la fe, el bautismo y la observancia de los mandamientos... [A través] de oraciones y buenas obras... [Los santos] alcanzaron su propia salvación y... cooperaron en la salvación de sus hermanos... Desde los tiempos más antiguos... también se ofrecían buenas obras a Dios para la salvación de los pecadores". ¡El Catolicismo Romano proclama un falso evangelio de rituales y obras!
En el Catolicismo, la muerte de Cristo por los pecados no salva a los que creen, sino que hace posible que merezcan su salvación a través de una elaborada religión de ritual y esfuerzo propio. El Concilio Vaticano II explica: "La Iglesia... formuló e ideó varias maneras [los siete sacramentos] de aplicar [por entregas] los frutos de la redención de Cristo a cada uno de los fieles... Porque es la liturgia a través de la cual, especialmente en el divino sacrificio de la Eucaristía, "se realiza la obra de nuestra redención..." Sin embargo, Hebreos 9:12 dice que Cristo ya ha realizado "la eterna redención por nosotros." Tal es la promesa del verdadero evangelio para los que creen.
En el Catolicismo Romano, las "gracias ganadas por Cristo y los santos" se "aplican a los fieles" en cuotas, de modo que deben volver una y otra vez para recibir más "gracias y méritos" que les ayuden en su camino al cielo. No hay ninguna garantía de que esta meta se alcance alguna vez, ni hay ninguna indicación del número de misas, rosarios, indulgencias, etc. que se necesitarán para llegar al cielo. La única esperanza de salvación de los Católicos está en el ritual continuo de la Iglesia. Sin embargo, la Biblia ofrece el perdón de los pecados y la vida eterna como el regalo gratuito de la gracia de Dios a todos los que creen en el evangelio. ¡Qué contraste!
La Misa niega que Cristo pagó plenamente por nuestros pecados en el Calvario. Es en sí mismo un sacrificio que salva. Como declara el Diccionario Católico de Bolsillo (pp. 248-49), "La Misa es un sacrificio verdaderamente propiciatorio... [por lo cual] 'el Señor se apacigua, concede la gracia y... perdona las malas acciones y los pecados'... La Misa es el medio divinamente ordenado para aplicar los méritos del Calvario... gradual y continuamente... El sacerdote es indispensable, ya que sólo él puede cambiar los elementos del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo". ¡En lugar de confesar este falso evangelio, cientos de miles sufrieron el martirio en la hoguera!
Bíblica y lógicamente, uno no puede creer tanto en el verdadero evangelio de la gracia de Dios como en el falso evangelio de Roma de rituales y obras. De los miles de ex Católicos Romanos con los que he tenido contacto, ninguno escuchó el verdadero evangelio en la Iglesia Católica Romana. Todos tuvieron que apartarse del Catolicismo Romano para recibir la seguridad de la salvación por medio de la fe sencilla en la obra terminada de Cristo. ¡El tema es el evangelio no negociable de Dios y el destino eterno de las almas! Les ruego que luchen por el verdadero evangelio, que lo proclamen en el poder del Espíritu Santo, y que oren fervientemente (y hagan cualquier otra cosa que el Señor dirija) para que los líderes evangélicos se opongan vigorosamente a todo evangelio falso, incluido el de Roma.
TBC