Dave Hunt
(Originalmente publicado en Mayo 1, 1993)
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20).
El mes pasado vimos en la Palabra de Dios que a los pecadores perdidos se les ofrece el perdón de todos los pecados (pasados, presentes y futuros), y la vida eterna como un regalo gratuito de la gracia de Dios en virtud de la obra redentora plenamente cumplida de Cristo en la cruz y la resurrección corporal. Para recibir este don inestimable sólo hay que creer en el evangelio: que uno es un pecador que merece el juicio de Dios y que es incapaz por medio de su propio esfuerzo, ritual religioso o cualquier otro medio, de ganar o merecer la salvación ni siquiera en parte; y que Cristo pagó toda la deuda que la justicia de Dios exige por el pecado del hombre. Por supuesto, uno debe creer en el evangelio no meramente como un hecho histórico, sino hasta el punto de poner su fe completamente en el Señor Jesucristo como Salvador personal por la eternidad.
También notamos que Cristo dirigió a sus discípulos a predicar estas buenas nuevas del evangelio a todos en todas partes. Este mandamiento de Cristo a sus seguidores originales ha llegado a ser conocido como la "Gran Comisión". Se dice de dos maneras: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio" (Marcos 16:15); y "haced discípulos" (Mateo 28:19). Los que predican el evangelio deben discipular a los que creen en Él. Nacidos de nuevo por el Espíritu de Dios en Su familia (Juan 3:3-5; 1 Juan 3:2), los conversos comienzan una nueva vida como seguidores de Cristo, ansiosos por aprender de Él y obedecer a Aquel a quien ahora aman por haberlos salvado.
Cristo advirtió que algunos aparentemente reciben el evangelio con gran entusiasmo solo para enredarse en el mundo, desanimarse, desilusionarse, y eventualmente dejar de seguirlo. Muchos mantienen una fachada de Cristianismo sin realidad interna, engañándose tal vez incluso a sí mismos. Nunca están completamente convencidos en sus corazones, pero no están dispuestos a admitir su incredulidad. "Examinaos a vosotros mismos," advirtió Pablo, "si estáis en la fe" (2 Corintios 13:5).
De los que son genuinos, muy pocos son capaces de dar "razón de la esperanza que hay en ellos" (1 Pedro 3:15). ¿Cuántos Cristianos son capaces de persuadir convincentemente a un ateo, Budista, Hindú, de la Nueva Era, con evidencia abrumadora y una razón sólida de las Escrituras? La Palabra de Dios es la espada del Espíritu, pero pocos la conocen lo suficientemente bien como para calmar sus propias dudas, y mucho menos para convertir a otros.
Una de las mayores necesidades de hoy en día es la sólida enseñanza bíblica que produce discípulos que sean capaces de "contender fervientemente por la fe que una vez [para siempre] fue dada a los santos" (Judas 3). Esa fe por la cual debemos contender fue entregada por Cristo a los 12 discípulos originales, quienes luego debían enseñar a aquellos a quienes evangelizaban "a observar todas las cosas" que Cristo les había mandado. A través de las generaciones sucesivas de aquellos que han sido ganados para Él y que, a su vez, en obediencia a su Señor, han discipulado a otros, esta cadena de mando ininterrumpida llega hasta nosotros en nuestro tiempo. No se trata de una clase especial de sacerdotes o clérigos, sino de que cada Cristiano de hoy, al igual que los que han fallecido antes, es un sucesor de los apóstoles. ¡Piense en lo que eso significa!
La parte crucial del llamamiento de Cristo al discipulado está la aplicación diaria de Su cruz en cada vida. Sin embargo, rara vez se oye en los círculos evangélicos de hoy la declaración definitiva de Cristo: "Y cualquiera que no lleve su cruz, y venga en pos de mí... [y] no abandona todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:27-33). El llamado al discipulado debe ser enfrentado honestamente. A través de la cruz morimos a nosotros mismos y comenzamos a vivir para nuestro Señor en poder de resurrección (Gálatas 2:20).
El verdadero discipulado comienza en casa. Los padres son responsables de criar a sus hijos en la crianza, la amonestación y el temor del Señor. La comprensión profunda de la fe es especialmente vital para los niños y jóvenes que crecen en un mundo lleno de argumentos persuasivos en contra de la verdad de Dios y a favor de la inmoralidad y el paganismo.
En lugar de la autoestima popular, los niños necesitan que se les enseñe a negarse a sí mismos, a amar la verdad y odiar la locura, a agradar a Dios en lugar de a los demás o a sí mismos, sin importar el costo en esta vida. No importa las "presiones sociales", de lo que otros piensan, dicen o hacen. Los jóvenes deben estar plenamente persuadidos de que lo único que importa es lo que Dios piensa de ellos y lo que les dirá cuando se presenten ante Él un día. Como dijo Jim Elliot, uno de los mártires de Ecuador, cuando, de joven, eligió el campo misionero en lugar de carreras más populares: "No es tonto el que renuncia a lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder". Esa elección sólo es lógica si uno cree que el tiempo es corto y la eternidad infinita. Tal compromiso trae gozo, paz y plenitud celestiales que nada de lo que ofrece este mundo puede rivalizar.
A aquellos a quienes llamó a una relación salvadora consigo mismo, Cristo les dijo: "Sígueme" (Mateo 4:19; 8:22; 9:9; 16:24, etc.). Este sencillo mandamiento, que nuestro Señor repitió después de Su resurrección (Juan 21:19, 22), es tan aplicable a los Cristianos de hoy como lo fue cuando llamó a los primeros discípulos. ¿Qué significa seguir a Cristo? ¿Prometió a sus seguidores que serían exitosos, ricos y estimados en este mundo? Dios puede conceder el éxito terrenal a unos pocos para Sus propios propósitos. En general, sin embargo, nuestro Señor declaró que aquellos que fueran fieles a Él seguirían Su camino de rechazo y sufrimiento: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros... El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también te perseguirán a ti... por amor a mi nombre..." (Juan 15:18-21).
Tal era el desafío y lo que tenía que enfrentar la iglesia primitiva. Sin embargo, hoy en día se imagina que el Cristianismo puede ser popularizado. La idea de sufrir por Cristo no le conviene a una iglesia mundana. Cuán extraño les parecen a los Cristianos de América versículos como los siguientes: "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Filipenses 1:29). ¿Se nos da sufrimiento? ¡Pablo habla como si fuera un precioso privilegio sufrir por Su causa! Después de ser encarcelados y golpeados, los primeros discípulos se regocijaron "de haber sido tenidos por dignos de sufrir vergüenza por su nombre" (Hechos 5:41). Tal es el compromiso al que el Evangelio nos llama realmente.
Cristo dijo a sus discípulos después de la resurrección: "Como mi Padre me envió, así también yo os envío" (Juan 20:21). ¡El Padre envió al Hijo como un cordero al matadero a un mundo que lo odiaría y lo crucificaría! Y así como el Padre lo envió, así Cristo nos envía a un mundo que promete que tratará a Sus seguidores como lo hizo con Él. ¿Estamos dispuestos? ¿No es esta su idea del Cristianismo? Piénselo bien y compruébelo con las Escrituras. ¡Estamos más lejos de Él y de Su verdad de lo que creemos!
Pedro, quien fracasó tan miserablemente y fue restaurado por el Señor, explicó que los Cristianos serían odiados, acusados falsamente y perseguidos, y se esperaba que sufrieran estos males con paciencia (1 Pedro 2:19-20; 4:12-19; etc.). Bajo la inspiración del Espíritu Santo escribió: "Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia . . .” (1 Pedro 2:21-24).
Los Cristianos están siendo encarcelados y martirizados de nuevo en la China comunista, en los países musulmanes y a manos de los Católicos en México. Persecuciones similares bien podrían alcanzarnos en Estados Unidos. Los pastores ya están siendo multados y encarcelados, y las iglesias cerradas y vendidas por el estado. En 1986, por ejemplo, el condado de Jefferson, Kentucky, impuso una tarifa de licencia a cada "negocio, profesión, oficio u ocupación", incluidos los pastores y las iglesias. Un pastor local, declarando que Cristo lo había comisionado para predicar el evangelio, se negó a pagar a ninguna autoridad civil por una licencia para hacerlo. Otro pastor, arrestado y encarcelado por el mismo "crimen", fue liberado el 5 de abril debido a demasiada cantidad de presos en la cárcel y su juicio fue programado para una fecha posterior.
En otro caso aún más extraño, un pastor de Colorado estaba siendo procesado por oponerse a una ordenanza local que habría dado a los homosexuales un trato preferencial. Las autoridades civiles afirmaban que la homosexualidad era un asunto político, y para poder hablar de ello, su iglesia debía registrarse como una organización política. La iglesia se negó a hacerlo. El pastor insistió correctamente en que la homosexualidad es un tema moral que la Biblia aborda y que, por lo tanto, él también debe abordar. Él y su iglesia [fueron] llevados a los tribunales y fuertemente multados, y las cuentas bancarias y las propiedades de la iglesia [fueron] confiscadas.
Recientemente, escuché con lágrimas en los ojos mientras mi esposa, Ruth, me leía algo de la historia de sus antepasados. Por haber sido rebautizados después de convertirse al Cristianismo (y por lo tanto negar la eficacia del bautismo infantil de Roma), estos Anabaptistas fueron quemados en la hoguera. Para escapar de las llamas, muchos huyeron de la Inquisición en Holanda a Prusia. De allí huyeron a Rusia, y en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial muchos intentaron escapar del Comunismo ateo y opresivo hacia el Occidente. De un grupo de 611 que salió de Rusia, solo 31 llegaron a Holanda. Caminando día y noche a través de la nieve, incapaces de encontrar comida o refugio, algunos fueron capturados y regresados a Rusia, otros murieron a consecuencia de ser expuestos a los elementos. Los hijos fueron arrancados de sus padres, los maridos de sus esposas. El terror y la agonía va más allá de la imaginación.
Mientras Ruth leía sobre el sufrimiento indescriptible, pensé en los miles de Cristianos en Estados Unidos que encuentran necesario entrar en "terapia" y pasar meses, si no años, lidiando con "heridas del pasado" comparativamente insignificantes. Pensé en los miles de psicólogos Cristianos que animan a sus clientes a compadecerse de sí mismos, a mimar a su "niño interior del pasado", cuando lo que necesitan es negarse a sí mismos, tomar la cruz y seguir a Cristo.
En contraste, me inspiró el testimonio de aquellos que sufrieron la pérdida de posesiones, seres queridos, de casi todas las esperanzas y alegrías terrenales, pero triunfaron a través de su fe en Cristo. Ir a una “terapia” y participar en la autocompasión les habría parecido incomprensible. ¿Por qué habrían de hacerlo, cuando tenían al Señor y Su Palabra, y cuando sabían que "nuestra leve tribulación, que es momentánea, produce en nosotros un sobreabundante y eterno peso de gloria" (2 Corintios 4:17)?
¿De dónde viene la fuerza para resistir el sufrimiento abrumador y triunfar como discípulos fieles de Cristo? Por extraño que parezca, la victoria no viene a través de nuestra fuerza, sino a través de nuestra debilidad. Cuando Pablo clamó por ser liberado de una prueba severa, Cristo respondió que había permitido que hiciera a Pablo lo suficientemente débil como para que ya no confiara en sus grandes habilidades, sino solo en el Señor. "Tu fuerza se perfecciona en [tus] debilidades", declaró el Señor (2 Corintios 12:9).
Pablo nos exhorta: "Así que, como recibisteis a Cristo Jesús el Señor, andad en él" (Colosenses 2:6). ¿No recibimos a Cristo en debilidad como pecadores indefensos y desesperados que clamaban a Él por misericordia y gracia? Esa, entonces, es la manera en que debemos caminar por esta senda de triunfo en el sufrimiento: como pecadores salvados por la gracia, débiles e indefensos en nosotros mismos y confiando totalmente en Él. Somos vasijas de barro, pero tenemos un gran tesoro: "para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros" (2 Corintios 4:7). Tal es el secreto de nuestro triunfo sobre el mundo, la carne y el diablo. La carga es demasiado pesada para que la llevemos nosotros mismos. ¡Qué alivio entregárselo a Él! Y qué gozo ser librado del temor del hombre, de buscar ganar la aclamación de este mundo, de buscar cualquier cosa que no sea Sus palabras de aprobación, "Bien, buen siervo bueno y fiel" (Mateo 25:21) en ese día venidero.
Algunos logran amasar una fortuna para dejarla en su muerte a sus herederos. Otros tienen poco de los bienes de esta tierra, pero tienen grandes riquezas guardadas en el cielo para la eternidad. Se necesita poca sabiduría para saber quién de ellos ha tomado la decisión más sabia y quién ha tenido verdadero éxito. Dios tiene un propósito eterno para nuestras vidas. Nuestra pasión debe ser conocer y cumplir ese propósito comenzando aquí en esta tierra. Un día, muy pronto, cada uno de nosotros estará delante de Él. ¡Qué tragedia perder el propósito para el cual fuimos creados y redimidos!
Usted puede decir: "Sí, quiero ser usado por Dios, pero no sé lo que Él quiere que haga". O: "Trato de servirle, trato de testificar de Él, y todo parece quedar en nada". Aprende esto: Más grande que cualquier cosa que Dios pueda hacer a través de ti es lo que Él quiere hacer en ti. Lo que más cuenta no es la cantidad, sino la calidad, no es tanto tu habilidad sino tu disposición, no tanto tu esfuerzo exterior, sino tu motivo interior, la pureza de tu corazón más que tu prominencia entre los hombres. Además, lo que parece mucho en el tiempo presente puede ser muy poco en la eternidad. No son los talentos o la energía de uno, sino el poder del Espíritu Santo lo que produce resultados genuinos y duraderos: "No con fuerza, ni con poder, sino con mi espíritu, dice Jehová de los ejércitos" (Zacarías 4:6). Confía en Dios para la llenura y el poder de Su Espíritu.
Millones de personas en generaciones pasadas han dado sus vidas por la fe. Su compromiso con Cristo significaba tanto que no transigían ni siquiera cuando se les amenazaba con la tortura y la muerte más insoportables. ¿Podemos comprender ésta clase de decisión? Los mártires podrían haber elegido el camino ecuménico del compromiso, evitar la controversia, afirmar las "creencias comunes de todas las religiones," y así haber escapado de la llama o de la espada. En lugar de eso, eligieron mantenerse firmes en la verdad, contendiendo fervientemente por la fe. Cristo nos llama a hacer lo mismo. No hay forma de escapar a la eterna elección que se nos presenta. ¿Será una dedicación entera a la obra del Señor o un acomodamiento con el mundo? Un día daremos cuenta ante Dios por el camino que elijamos. ¡Qué gozo nos produce ahora y eternamente en ser fieles a Él!
TBC